viernes, 15 de diciembre de 2017

¡Gracias a la vida!

     Hoy es 15 de diciembre del 2017. Cumplo 59 años.
    Anoche estuve tratando de recordar mi vida, de hacer un balance; anoche intenté ver en retrospectiva ese montón de años que caben en dos dígitos. ¿Años? ¿Escribí años? Fue imposible ver años y no porque la memoria me falle, no, de ninguna manera. Lo que pasó es que comprendí que la vida es un ratico, es un día. Es cada día. No más. Anoche desfilaron instantes ante mis ojos cerrados. Instantes, pedacitos de mí.
      La niña que golosa veía a la abuela Sofía batir la leche para hacer el mejor dulce de leche del mundo.
      La niña que a los cuatro años descubrió al Tío Francisco tratando de guardar bajo la cama los regalos del Niño Jesús, se levantó y despertó a los hermanos llena de felicidad.
      La adolescente que leyó "Historia de Amor", a escondidas, gracias a la Tía Niña.
     La niña que cruzó la primera puerta cerrada cuando aquel niño la besó entre los árboles del parque.
     La muchacha que desde la ventana de un autobús miraba con los ojos llenos de asombro el bosque inmenso que va desde el aeropuerto Sheremitievo hasta la calle Miklujo Maklaia. Los ojos que asustados se preguntaban si algún día podrían descifrar los avisos llenos de letras al revés.
     Anoche mi papá me acompañó hasta la esquina del Cine Arauca, me echó la bendición y me dio un beso, se subió a un carrito por puesto para su trabajo y yo empecé a caminar sobre la alfombra de flores rosadas y lila que los apamates gentilmente tendían los días de mayo desde ahí hasta mi amada escuela. Seis cuadras de flores e imaginación presintiendo  momentos en el futuro.
     Anoche caminé por otra alfombra de flores.  Una de pétalos de rosas rojas que cubrían una calle para que pasara el novio sobre un corcel blanco para completar el rito final de su boda.
     Anoche esta muchacha cayó como Alicia persiguiendo al Conejo, mientras el avión aterrizaba en India y ella miraba por la ventana a la luna delgadita, como la sonrisa del Gato Risón, sobre aquella noche negra de tan azul y cuajada de estrellas.
     Anoche Taniusha desfiló sobre la nieve crujiente, feliz entre abedules.
     Anoche Tatiana abrió la puerta del apartamento que acaba de comprar para estrenar su vida en pareja. ¡Sin palabras!
     Anoche nació Akela y Delia dijo que parecía una virgencita.
     Anoche gritó Andre cuando el aire entró por primera vez en sus pulmones y yo le dije: "Tienes el pelo negro, pero eres mi Andre ¡Bienvenida!" Solo ella y yo sabíamos a qué me refería.
     Anoche operaron a mi mamá de cáncer y lo resistió.
     Anoche mi entrañable me regaló "Historia de un caballo que era bien bonito". El cuento es más bonito porque fue copiado a mano y las letras parecen dibujitos.
     Anoche te recordé, meri jani, y supe que a veces somos el viaje y otras, el destino.
     Anoche me pediste que nos casáramos, ahí, sentados bajo aquel árbol inmenso, en el parque.
     Anoche Tania estaba en Ashjabad, en la plaza llena de sauces llorones con Nora y con Murat.
     Anoche respiré el aroma de la Nubes de Calder y abracé al Pastor de Nubes, desayuné en Tierra de Nadie y miré el Reloj. Imaginé que cuando sea etérea pasearé por el aula 232. Anoche Trasbordo era bonito.
     Anoche estaba anclada a puerto seguro, al amor-paz que he construido.
     Anoche traduje a Tókareva.
     Esta mañana me despertó la bendición de mi Tía Carmen, aunque no la escuché. Tal vez la memoria de mi Tía está siendo gentil con ella, la está haciendo niña otra vez y no le permite recordar algunas cosas... ¡Está tan lejos de sus querencias! Pero es que las bendiciones viajan de otra manera, aunque no se oigan, aunque no se pronuncien. Los lazos de amor no se rompen.
     La vida es un ratico.
     Anoche fui a Cayo Muerto y al Coliseo Romano. Caminé por Vilnius y La Habana. Me perdí entre la gente y los rikshas en Delhi. Me sorprendió la inmensidad del aeropuerto Jhon Kennedy. Anoche bailé con Vicente en Moscú y le escribí a Liza.
     Hoy cumplo 59 años. Ya no me pregunto dónde andará mi hermana Al, la cabuyita del papagayo, ni qué habrá sido de mis amigos. Tampoco me pregunto si el bosque de abedules que me hacía tan feliz sigue donde yo lo dejé. Ya no me pregunto. Agradezco. Lo que fue, lo que hubo, lo que tuve, lo que perdí, lo que encontré.
     Agradezco cada hora, cada experiencia, cada risa y cada lágrima. Agradezco lo que soy y lo que no soy.  Agradezco lo que tengo y lo que no tengo ¿De qué me habrá librado Dios? A veces Dios te bendice quitándote algo, incluso, a alguien. 
     Agradezco profundamente y bendigo a todas las personas que me han acompañado en esta aventura que se llama vida, aunque sea por un momento.
     Agradezco a quienes siguen a mi lado llenándome de luz y de motivos para seguir adelante.
     Agradezco a quienes me han dado momentos de dolor y tristeza porque me han hecho fuerte.
     Mi balance arroja ganancias, puras ganancias. Me gusta decir que soy una mujer consentida por el destino. Prefiero como suena en ruso: Я избалованная судбою женщина.

     Tengo un cofre precioso en donde guardo a toda la gente que amo, esté donde esté; ahí también atesoro todos los momentos felices, ahí está el bosque de abedules al que vuelvo cada vez que quiero, ahí están todos los que amo y que ya no me acompañan. En mi cofre especial está mi vida. La vida es hoy. Este instante.
    

     

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