viernes, 11 de marzo de 2016

Primer sueño con Nel (VI)

"Otro tipo de sueño es el que tiene lugar cuando nos comunicamos con otra persona a distancia. Esta persona puede estar viva y lejos de nosotros geográficamente, o quizá se trata del alma o la consciencia de alguien que haya muerto, como un pariente o un amigo íntimo. (...) Los mensajes que se reciben en estos sueños suelen ser auténticos, conmovedores y muy significativos."
Brian Weiss. Lazos de amor. 1998:134



     Soñé que estaba en una habitación inmensamente alta, con paredes de color beige, blanco sucio. La habitación era un cubo estrecho y alto, como una caja; dentro nos encontrábamos mi tía y yo, sentadas al borde de la cama de mi abuela, con ella, que se hallaba en sus últimos días. La cama era la misma que mi abuela usó hasta que murió, ubicada en el cuarto que fue suyo, incluso yo veía, a los pies de la cama, la puerta del cuarto real. Lo impactante es que la cama estaba sobre una pestaña que sobresalía, en lo alto, de una de las paredes. No había ventanas ni otra puerta. El ambiente era triste, pesado y extrañamente, claro, con la luz natural de una habitación a media tarde en verano. Yo veía la escena como un narrador omnisciente y, a la vez, desde el borde de la cama donde estaba sentada.
     Nadie hablaba. Había silencio. De pronto Nel apareció abajo en una esquina. Tenía una expresión de reproche. Nos miraba a mi tía y a mí con mucha rabia. Él vestía una camisa tipo hindú, larga y del mismo color que las paredes de la habitación; y un pantalón igual, ancho. No pronunció palabra alguna pero yo sentí un fuerte reclamo, su ira. Luego se volteó y salió, más bien se esfumó, por la misma esquina. 


     
     
     En ese momento desperté sintiendo mucho dolor y tristeza por él, que había muerto unos dos años antes, por mí, por mi tía que no nos reponíamos de su pérdida.
     Desde el primer momento interpreté ese sueño como el dolor, el disgusto que sentía mi tío porque cuando él murió, sus hermanos decidieron ocultarle esa gran verdad a su madre. Para mí, eso fue un gran error pero no me atreví nunca a contarle nada a mi querida abuelita por un respeto mal entendido hacia mis tíos; creo que Nel esperaba una mayor lealtad de mi parte y por eso
se me presentó y me reclamó porque en sus últimos años de vida se había profundizado y se había hecho más hermosa la relación tíopadre-hija que él mantuvo desde siempre conmigo y con mis hermanos. Cuando mi padre murió, mi mamá encontró el más sólido apoyo en su hermano, mi tío Nel.
     Después de que murió mi tío, durante mucho tiempo, yo no podía pronunciar su nombre sin desgajarme en llanto. ¡Tanto extrañaba su presencia! No había comprendido nada aunque él, ya desde otro plano, cuando la familia esperaba su cuerpo en la morgue, tuvo la gentileza de permitirme que yo visualizara por unos segundos su rostro con una gran sonrisa de complicidad, como burlona, como tantas veces sonreía.
     Esa visión no la comenté jamás con nadie (hubieran dicho que el dolor me había enloquecido), pero la guardo como uno de mis más preciados tesoros.


jueves, 10 de marzo de 2016

El nombre de la bebita (V)

- ¡María Andreína, no corras que acabas de nacer!

Ese llamado de angustia me despertó aquella noche.

     Era el tercer o cuarto mes de mi segundo embarazo y soñé que estaba en la habitación de una clínica porque había dado a luz. La habitación era pequeña, estrecha; paralelo a la cama, había un sofá en el que estaban sentadas mi mamá y mi tía Carmen. Desde los pies de la cama se desprendía, hacia abajo, una escalera y la puerta que nos separaba de ella, estaba abierta. De pronto, una niña rubia de unos dos años pasó corriendo justo hacia la puerta abierta. Fue entonces cuando yo grité: ¡María Andreína, no corras que acabas de nacer!
     Me despertó el grito y simplemente le dije a mi esposo, que dormía junto a mí: "si es niña, se llamará Andreína."
     Aquella tarde, en el quirófano de una clínica, escuché el llanto fuerte y rotundo de una bebé rosadita, grande, hermosa y con mucho cabello oscuro. Recuerdo que el médico al mostrármela me dijo: "Te presento a Miss Venezuela, ¿cómo se llama?" Yo, emocionada, sonriendo y viendo a mi bebita dije: "Tienes el cabello negro, pero tu eres Andreína. ¡Bienvenida!" 
     Pasó el tiempo y a la bebita se le cayó toda su frondosa cabellera negra, le salió una pelusita dorada. Tenía cerca de dos años cuando se mostró como la niña que me visitó en aquel sueño para anunciarme su nombre.





El grito de Ivan (IV)

¡Tatiana! Ese grito desde el alma resonó en mí aquella madrugada. Era Ivan que me llamaba.
     Me despertó aquel llamado desesperado. Me levanté de inmediato con la necesidad de visitar a mi tía. Me bañé y vestí. Busqué algo de dinero y antes de las siete de la mañana ya estaba saliendo de casa. Con el dinero compré pollo y pan.
     La sorpresa de mi tía fue grande cuando me vió tan temprano en su casa, me preguntó qué había pasado y mi respuesta fue preguntar por Ivan. Él acababa de salir para la universidad.
     Entonces le conté lo que me había pasado. Su sorpresa fue mayor y lo que sigue es lo que ella me relató: Ivan también nos despertó gritando tu nombre a las cinco de la mañana. Es que había soñado que le disparaban al estómago y en la pesadilla, te llamó.
     Somos uno, somos energía y estamos interconectados.

lunes, 7 de marzo de 2016

La bronconeumonía de Al (III)

     Era una tarde de invierno en Moscú. La temperatura en la calle era 25° ó 30°. Recuerdo que la nieve crujía al caminar y el sol era radiante sobre un cielo azul,  limpio de nubes. Así suelen ser los días de invierno en Moscú: hermosos.
     Al llegar a mi habitación sentí la necesidad de subir a la habitación de Alicia. Yo vivía en el piso 3 y ella en el 11. No pensé que a esa hora del mediodía ella no debería estar en casa porque normalmente llegaba de la universidad al final de la tarde o en la noche. Simplemente seguí el impulso de mi intuición.
     No llamé a la puerta, abrí, pasé y vi a mi hermana acostada en su cama, el rostro bañado en lágrimas que se deslizaban. Me vio y no dijo nada pero su mirada pedía auxilio.  En alguna parte de mí comprendí que pasaba algo serio y se me ocurrió presionar su pecho como tantas veces había visto en películas. Presionaba y soltaba. A los pocos segundos ella pudo hablar y llorar. Me dijo que no podía respirar, que había pensado en mí.
     Me pidió que la llevara a una clínica de la embajada francesa porque en la clínica de la universidad la habían visto, le habían diagnosticado bronquitis y le habían mandado una pastillitas pero ella se sentía peor. Yo no conocía esa clínica pero ella me explicó que allí veían extranjeros también. No recuerdo si cobraban y no se cómo ella se enteró de esa maravilla.
     Solo quien haya vivido en el Moscú de finales de los 70, principios de los 80 sabe lo atrasada y precaria que era la atención médica allá en esa época, al menos para el común de la gente.
     Nos pusimos los abrigos y salimos. En la clínica de la embajada francesa la examinaron y le diagnosticaron bronconeumonía. Le prescribieron antibióticos y otros medicamentos. Según recuerdo, se los dieron.
    Estoy convencida de  que los seres humanos estamos interconectados, solo debemos estar atentos, escuchar a nuestra intuición y actuar en consecuencia. Siempre esos impulsos que no podemos explicar racionalmente nos conducen al bien superior.

De cómo los sueños pueden ser la voz de Dios (II)

     Vivía yo todavía en Moscú y compartía la habitación de la residencia estudiantil con una muchacha afgana con quien tuve una bonita relación de amistad. Ella se llamaba Akela y era una persona muy dulce, respetuosa y generosa.
     Recuerdo que Akela sufría de constantes dolores de cabeza y para aliviarlos hacía algo que a mí me parecía ingenuo: se arrancaba un cabello del lugar donde tuviera el dolor más fuerte. 
     Sucedió que una noche me desperté. Mi cama quedaba justo al frente del closet y hacía L con la cama de Akela. No hubo ningún motivo que me hiciera despertar, solo abrí los ojos y  vi cómo una presencia, que estoy segura era femenina, se desplazaba desde el closet hacia la cama de Akela. Tenía un vestido largo, azul, y no tenía pies, tampoco pude ver su rostro. Se sentó al borde de la cama de mi compañera y comenzó a acariciarle la cabeza. Yo miraba con naturalidad que esa 'señora' acariciara a Akela. Recuerdo que quise encender mi lámpara de noche, más por acto reflejo que por otra cosa, pero no pude moverme. No sentí temor alguno, para mí, fue algo natural, como mencioné, y no podría explicar por qué. Fui testigo mudo de aquella escena hasta que volví a dormirme. Pienso que fue mi inocencia y pureza de sentimientos lo que me permitió presenciar un acto de profundo amor hacia aquella joven.
     Nunca antes había contado esta experiencia porque tenía temor de lo que pudiesen pensar de mí las demás personas. Estoy segura que muchos dirían, y dirán, 'lo soñó', o 'lo inventó'. Hoy lo comparto porque me importa muy poco el qué dirán y porque sé que todos tenemos seres de luz que nos cuidan. 

De cómo los sueños pueden ser la voz de Dios

     Hoy empiezo a escribir algunas de las experiencias extrasensoriales que he vivido. En realidad, no me gusta mucho el término 'extrasensoriales' pero dejémosle así mientras avanzo. Tampoco sé hasta donde voy a llegar con esto ni me importa mucho. Escribo porque desde hace días estoy sintiendo la necesidad de hacerlo, así, como para dar fe de lo que me ha pasado, de lo que he aprendido. Tal vez escriba para que un buen día mis hijas encuentren estas letras y las lean. 
     

Dice Brian Weiss en "Lazos de amor" (1998:134) que:
Otro tipo de sueño 'psíquico' es el que tiene lugar cuando nos comunicamos con otra persona a distancia. Esta persona puede estar viva y lejos de nosotros geográficamente, o quizá se trata del alma o la consciencia de alguien que ha muerto, como un pariente o un amigo muy íntimo. De la misma manera, podemos comunicarnos con un espíritu angelical, un maestro o un guía. Los mensajes que se emiten y reciben suelen ser auténticos, conmovedores y muy significativos.
   
      Mi primera experiencia de este tipo tuvo lugar hace mucho años, ocurrió el 13 de  noviembre de 1977 y fue a través de un sueño que relato a continuación.

     Yo veía como una película que se desarrollaba en el cuarto de Ivan. En el centro había una cama y allí estaba acostada mi abuela Sofía. Ella recibía suero de un botella que colgaba de un improvisado paral compuesto por una escoba. Alrededor de la cama estaba toda la familia: mi tía Carmen, mi tía Esther, mi mamá, Ivan, Natasha, Israel, Mimí, no recuerdo a mi tío Francisco ni si había algún amigo. Todos estaban tranquilos. De pronto, como si una goma de borrar lo hiciera, mi abuela empezó a desaparecer: primero los pies, luego las piernas,  el tronco y, finalmente, la cara.
     Ahí terminó el sueño y yo desperté
serena en medio de la noche, sin miedo a pesar de encontrarme yo en Moscú y mi familia en Venezuela, a pesar de haber sido yo la niña consentida de Doña Sofía. Me volví a dormir como si nada pero el sueño se me grabó en sus mínimos detalles hasta el sol de hoy.
     Al día siguiente se lo conté a Alicia. Alicia y yo nos hicimos amigas desde el día en que nos conocimos, ella fue para mí como la cabuya del papagayo, el cable a tierra, mi hermana mayor a pesar de ser un año menor que yo. Al tenía unos ojos negros grandes y una mirada profunda que podía traspasarte si veía directo a los ojos. ¡Cuánto quise a Alicia! ¡Cuánto la quiero! Mi hermana que decía que yo era su coloide. Nunca averigüé qué es un coloide. Ella me explicó que es algo así como una parte inseparable de la celula (ella es físicoquímico), y la verdad, no se si eso es así, o si yo lo entendí así, en todo caso, Alicia jugó un papel muy importante en mi vida durante los años que compartimos en Moscú. 
     Volviendo al sueño, Alicia escuchó mi relato con serenidad hasta el final cuando me preguntó si yo tenía miedo. Le dije que no, pero que ese sueño era raro. La siguiente pregunta fue si mi abuela estaba enferma. También le dije que no, que era viejita pero que yo supiera, no estaba enferma. Entonces Alicia me dijo que me quedara tranquila, que todo estaba bien.
     Pasaron varios meses y por enero o febrero del siguiente año, recibí una carta que habían escrito Ivan e Israel. En la carta decían que habían escrito en secreto porque la familia no quería que yo me enterara de lo que había pasado pero ellos pensaban que debía saberlo y por eso se aventuraron a escribirme y a poner en el correo aquella misiva. 
     Aquellos niños (13 y 14 años más o menos), me contaron que mi abuela había muerto el 13 de noviembre pasado y me describieron la escena que yo vi en el sueño aquel mismo 13 de noviembre.
     La noticia no me causó ninguna conmoción, fue como la corroboración de algo que yo sabía. Le dí a leer la carta a Alicia y ella sonrió y me dijo: "Yo lo sabía. Tu abuela vino a despedirse de ti y a tranquilizarte."