miércoles, 4 de julio de 2012

Del amor de madre

      En uno de sus conciertos, Simón Díaz relató la siguiente historia. Existió una vez una mujer que tuvo solo un hijo y, como muchas madres, lo crió sola. Ella amaba profundamente a su hijo. Su hijo era hermoso, era su tesoro. Ella le daba todo lo que podía para que él fuera feliz porque la felicidad de su hijo era la felicidad de ella. Creció su bebé y, acostumbrado a que ella lo podía todo, cuando él necesitaba algo, solo se lo decía y de inmediato ella movía cielo y tierra, y lo conseguía. Ya su hijo era un hombre; ya se había graduado en la universidad; ya se había casado; ya tenía hijos. ¡Qué felicidad tan grande! Sucedió entonces que ella envejeció. ¡Qué problema, las madres envejecen! Ya no podía darle todo lo que él quería. El hijo no podía ayudarla, él tenía sus propias obligaciones. Ella tampoco le pedía nada. ¡El pobre tenía tantos compromisos! Pero un día, el hijo necesitaba algo que ella sí podía darle. Resultó que la esposa del hijo le pidió que le trajera el corazón de la madre para ser completamente feliz. Él corrió a la casa  materna y dijo: "Mamá, sé que esto es difícil, pero necesito que te saques el corazón para llevárselo a mi esposa. Si no fuera necesario, sabes que no te lo pediría." La madre contestó sonriente: "Lo sé, hijo." Agarró un cuchillo y se sacó el corazón. El hijo lo agarró, lo puso en una bandeja y se dispuso a salir de la casa pero antes de llegar a la puerta tropezó y se cayó. Al mismo instante se escuchó la voz de la madre: "Hijo, ¿te hiciste daño?".
     Es este el tema que hoy abruma mi corazón. Es este el tema que, por más vueltas que le doy, por más explicaciones que intento, por más situaciones que me imagino, por más amor que le pongo para entenderlo, no lo consigo. Y me refiero al tema del amor y la responsabilidad de un hijo por su madre. Porque soy madre y sé que no tenemos remedio. Pero también soy hija. No entiendo al hijo del relato de Simón. Tampoco quiero entenderlo. Podría hacer un esfuerzo entender una malacrianza de un niño, hasta de un adolescente, ¿pero de un adulto? ¿O será mejor no llamarlo adulto sino viejo? ¿Será que los años no suman experiencia sino canas? ¿Será que la sabiduría llega solo si hay actitud y ganas? ¿Será de tan compleja solución el silogismo simple: mi mamá me dio todo cuando ella era joven y fuerte, y yo era débil y estaba en riesgo; ahora ella es débil y está en riesgo, yo debo...?
     Creo que Dios es amor. Creo profundamente que lo que nos mueve es el amor. Es el amor lo que nos convoca. Creo, además, que el amor es lo único que mientras más se comparte, más se disfruta. Creo, pues, que el amor es la única religión. Si eso es cierto, será cierto entonces que a la persona que hizo el gesto más importante de amor, darle a uno la vida, compartir su carne y su sangre para que uno tuviera un cuerpo, y que después, dedicó una buena parte de su propia vida a alimentarlo a uno, a dejar de dormir para que uno aprendiera a dormir, y aceptó las penurias de sus circunstancias para que uno "echara pa'lante", digo, a esa persona, a la mamá de uno, lo menos que se le debe es amor ¿no? Digo, cuando uno es adulto debe haber concientizado (bueno, aunque sea habrá oído hablar) que amor significa respeto, amparo, algo de calidad de vida y, cómo no, afecto, compañía, cariño y todo lo demás que sea para bien.
     No comprendo y no quiero comprender al hijo de la historia de Simón. No lo comprendo porque no tengo capacidad para comprenderlo. No quiero comprenderlo porque ya fue comprendido por su madre. Se me atropellan muchas palabras que resumen lo que comprendo, pero mejor digo solo algo que repite alguien a quien amo profundamente: "deja que el tiempo haga su trabajo, allá él con su conciencia." 
     Y como soy optimista sin remedio, cierro con una anécdota que contó otro grande, Facundo Cabral, en otro concierto:
      "Una vez dio Facundo un concierto en Buenos Aires. Al concierto asistió el presidente de Argentina para ese momento, Carlos Menem. Al finalizar el concierto, el Presidente se acercó a Facundo a felicitarlo. Con el Maestro estaba su madre, Sara. Facundo se la presenta al Presidente y éste, amablemente le dice: "¡Mucho gusto, señora, la felicito! Dígame, ¿puedo ayudarla en algo?" A lo que Sara respondió: "Con que no me joda, es suficiente."
    

miércoles, 25 de abril de 2012

De los prejuicios


Hace unos días  me encontré a una coleguita en la UCV. La cosa fue más o menos así:
-¡Tatiana, que bueno verte! :)
-¡Hola, X! :) y el abrazo de rigor.
-Se te ve muy bien, estás más flaca, hasta la piel se te ve muy bien.
-Jejejeje, gracias, estoy muy bien ¿y tu?
-¿Pero que estás haciendo? ¿Es por la cervical?
-Jejejeje si y no. Estoy viviendo, como dice mi madre, simplemente viviendo; estoy feliz, corro una hora todas las mañanas, tengo propósitos, leo cuanto quiero, trabajo, estoy bien, muy bien. 

Y aquí vino el comentario que da origen de esta reflexión:
-Yo no quiero esperar hasta los cincuenta, ¿sabes? yo hago muchas cosas pero... [el gesto con las manos haciendo círculos sobre el plexo solar] para mí no, no se, pero no quiero esperar hasta los cincuenta.
Me reí de buena gana y no le contesté porque había demasiados abrazos esperando por dar y ser recibidos; yo estaba en la puerta del salón en el que JP defendería su tesis de grado, no tenía tiempo para decirle lo que intentaré decir ahora por si hay más gentesita que piense como ella.
         Yo no he tenido que esperar nunca para estar en paz conmigo misma. No tuve que esperar hasta los 20 para hacer el amor con el hombre del que me enamoré profundamente, simplemente sucedió a esa edad. No tuve que esperar hasta los 22 para graduarme en la universidad, era mi propósito y me ocupé de eso con entusiasmo y alegría. No tuve que esperar hasta los 24 para ser profesora en la Ilustre Universidad Central de Venezuela, me preparé para ello, lo deseé con el corazón e hice lo que se debe hacer para alcanzar un propósito. No tuve que esperar hasta los 26 y hasta los 30 para que nacieran mis hijas, simplemente las convoqué y llegaron natural y felizmente. Menos tuve que esperar cumplir 50 para ponerme al día con Saramago, Vargas Llosa, Isabel Allende, José Ignacio Cabrujas, Milagros Socorro, Carlos Fuentes, Laura Esquivel, Mario Benedetti y no sé si se me escapa algún otro que ha deleitado mis días desde que estoy felizmente jubilada. Pero sobre todo, no tuve que esperar tener 50 para jubilarme ¡NO! El día que me harté de la incompetencia y grosería de algunas autoridades ¡los mandé al carajo! Así como lo leen, los mandé al carajo. Ah ¿que me jubilé? Si. Ejercí mi derecho después de 26 años y ocho meses de servicio. No tuve que esperar 26 años y ocho meses para jubilarme porque amé estar en un salón de clases; porque amé investigar; porque amé escribir; porque amé asistir a cuanto curso y congreso fui; porque hasta amé hacer la tutoría de los 42 proyectos de tesis que acepté; porque amé las conversas sabrosísimas con colegas que fueron y serán amigos; porque amé profundamente las conversas, más sabrosas todavía, con estudiantes, muchos de los cuales ahora son colegas y seguimos siendo amigos; porque amé militar junto con Dagmar, Alix, Stefania, Rosalba, Carmen y algún otro más, en el partido de los pende, nada de lo que hice en la UCV, o de lo que he hecho en la vida, fue porque "tenía que hacerlo".
           Mi estimada coleguita, decía Facundo Cabral que uno no tiene porqué estar donde no quiere, ni hacer lo que no quiere, lo que no le da placer, que uno siempre puede mandar al carajo en este preciso instante al trabajo que no le satisface, a la pareja que ya no ama, a la chequera y a la tarjeta de crédito que no le dejan dormir. Además, ten la plena seguridad de que cuando veas a una persona radiante es porque está bien consigo misma, está en paz, por tanto, es feliz.

domingo, 11 de marzo de 2012

Misa de difuntos con boda

     Ya escribí algo sobre una boda que me marcó por la espectacularidad del performance. Hoy escribo sobre ¿una boda?
     No soy misera. Casi nunca voy a misa. Tengo razones para ello pero no es este el momento de contarlas, aunque el origen de esta nota sea una de las razones. No soy misera, decía, pero creo profundamente en Dios. Baste eso para que me entiendan.
      Ayer fui a una misa de difuntos para orar por el descanso de mi tío Gustavo, que se nos adelantó hace pocos días; para pedir que Dios lo abrigue con su manto y lo ilumine con su luz. Fui con mis hijas a una amorosa convocatoria de una de las amigas más solidarias que me honro en tener. Fue también toda la familia que vive cerca porque también oraríamos por otro tío muy querido que hizo su mudanza hace seis años por estos días también.
    Entramos a la iglesia que estaba abarrotada de gente. Nos quedamos de pie, cerca de la puerta escuchando y decía el cura, ataviado con un manto morado y dorado: "... las águilas tienen plumas y ustedes tienen plumas..." y batía los brazos imitando las alas, que no las plumas, de las águilas. "Las águilas tienen dos opciones: triunfar o ... dejarse abatir. Caer. Pero ustedes no pueden caer, no pueden decir que tienen cuarenta años y están viejos. No. Las águilas con sus plumas suben y ustedes con sus manos, que son sus plumas, ayudan a los demás... Las águilas triunfan, las águilas viven."  Y yo me preguntaba en silencio ¿este carajo es cura o qué? Cuando escucho: "ahora recibiremos las ofrendas en acción de gracia." Y se paran unas personas cargando banderas, cesta de comida y velas encendidas. Y dije: esto es una puesta en escena que vale la pena ver.
     Empezó a hablar una de las mujeres desde el púlpito: "para que dios en su infinita misericordia pase su mano y le de la salud a nuestro amado presidente HCF" y así siguió la cosa. De pronto el cura va y dice, "aquí debe haber gente que vino para la misa de difuntos. Bueno, disculpen, vayan al salón de al lado que ahí ya empezó el rosario. Cuando termine esta misa, se vienen para acá." Salimos con la risa aguantada y el desconcierto arañando la sensantez.
     No pudimos entrar al salón de al lado. Estaba atiborrado. Ahí nos encontramos con otros primos que tampoco entendían nada y decidimos esperar afuera entre divertidos y molestos.
     Finalmente salió la gente que se sentía águila y que ofrecía banderas, luz y pan a su dios.
      Entramos todos y hasta conseguimos puestos para sentarnos juntos. Notamos que había gente muy elegantemente vestida, no solo fuera de la iglesia sino dentro también. Pero no hicimos mucho caso y entramos. Al parecer habría una boda después. Así son las iglesias. A la gente católica le gusta consagrar su amor, y pedir por sus difuntos en el mismo sitio. Nada de extrañar.
     Aparece una mujer en el púlpito y con aires de sargento que nos espeta: "Hagan silencio para nombrar a los difuntos." Todos volteamos hacia el púlpito en espera de escuchar el nombre de nuestros deudos. Ella leía: Fulano de tal, Mengano de cual, Perenceja de más allá y todos atentos esperando oír las palabras por las que ya se había pagado para que las pronunciaran. En eso sale nuevamente el cura con su batola morada con adornos dorados y hace señas con sus brazos invitando a alguien a pasar. Todos los feligreses nos olvidamos de la lectura que hacía la sargenta y volteamos para ver...
        Una novia del brazo de su padre hacía entrada. ¿Y el novio? todo el mundo volteó en dirección contraria y efectivamente ahí estaba parado un cristiano, entre vivo y muerto, esperando a aquella mujer de velo y corona. ¡¿Qué vaina es esa?! A todos nos entró como una risa nerviosa ¡¿Que era aquello?!
     Mientras la sargenta terminaba de leer, la muchacha caminaba al altar precedida de unos niños y unas muchachas que lanzaron unos cuantos pétalos al piso. Cuando finalmente llegó al altar y el padre la entregó, el cura dijo triunfal: "Hermanos, esta boda iba a ser a las cinco pero hubo un percance. Después tuvimos que hacer la misa de acción de gracia de la UBV y se retrasó todo. Pero bueno, Hector y Amarilis esperaron y ¿cuál es el problema? haremos al mismo tiempo la misa de difuntos y la boda." 
     Como los novios estaban de espaldas al público, no pude ver la cara que tenían, no palpé el sudor frió en las manos de la novia ni pude medir el nivel de rabia y desilusión que me imagino los invadía, especialmente a la novia, por mujer, porque sí. Pero si pude ver como de dos en dos todos nos mirábamos y las caras eran todas de signo de interrogación. Había caras como la de mi tía, de una tristeza profunda, otras como la de una sobrinita de 12 años que no disimulaba su risa de adolescente fresca y aguda, caras perplejas, caras como la mía que solo mi hija interpretó cuál era y adivinó cada una de las palabras que atropelladas cruzaban mi mente . En fin, estábamos pues en el acto final e inédito de La cantante calva.
     Y empezó la cosa. "El matrimonio es un sacramento corto, así que lo haremos primero. Después vendrá la misa de difuntos. Héctor y Amarilis, el amor no son las mariposas que dicen las mujeres que sienten cuando están enamoradas. No. El amor verdadero viene después. A ustedes les van a caer toda suerte de problemas y el amor será cuando Hector diga: -tranquila, yo estoy aquí. Porque el amor verdadero viene después. Que el de ustedes sea un matrimonio trinitario: Hector, Amarilis y dios. Más nadie. Que dios en su infinita bondad les permita tener descendencia y los una hasta que la muerte los separe. ¡Que brille para ellos la luz perpetua! y todos gritamos ¡Amén! sin saber a ciencia cierta si era por los novios o por nuestros amados familiares. "Ahora hagamos silencio y todos pidan para que este matrimonio sea feliz." Y todos nos quedamos en silencio. Cada quien pidiendo por lo que le provocó. Como yo oraba por mi tío, pedía porque encontrara su luz, porque su mamita lo recibiera en sus brazos amorosos y lo encaminara en su nuevo destino, en mi mente apareció mi tío Gustavo, con una camisa beige y riendo con las estruendosas carcajadas que lo caracterizaron. Entendí todo. No es la primera vez que esas cosas me pasan. Entendí todo y en susurro le pregunté a mi tía ¿qué crees tu que haría Gustavo si le contáramos lo que está pasando? En un principio no entendió mi pregunta pero a los cinco segundos me contestó "se reiría". Si, eso mismo.
    A partir de ese momento, yo estuve sonreída. La cosa siguió hasta que el cura dijo: "Bueno, ya Héctor y Amarilis están casados sacramentalmente. Ahora sigamos con la misa de difuntos." Y Héctor y Amarilis se sentaron no se bien en dónde. Ahí vino la frasesita de "daos la paz como hermanitos que son." Los que nos conocemos y amamos, nos abrazamos cálidamente. Mientras nos abrazábamos el cura chilló desde el púlpito: "Siéntense porque la misa no ha terminado. Al parecer, tuvo una epifanía que le permitió recordar que antes de darse la paz para salir en paz, en el rito católico, la gente debe comulgar. Fue entonces cuando levantó los brazos y empezó a hablar de que Cristo compartió el pan con los apóstoles por eso la hostia representa la carne de cristo, que el vino representa la sangre que cristo derramó por todos nosotros y bla, bla, bla. "Hagan una fila a la derecha los que van a comulgar; el ministro (un tipo viejo, gordo, con cara de borracho y vestido con batola blanca) les dará la hostia. Del lado izquierdo hagan otra fila, yo les daré la hostia." Se paró un poco de gente y se alinearon según su preferencia; los demás nos quedamos hablando entre nosotros ¿alguien podía estar callado en respeto a ese acto? ¿era eso acaso una comunión? Terminé de ver la puesta en escena de un cura irresponsable, irrespetuoso y usurero, que se burla de la fe de los feligreses sin que le tiemble ni una pestaña. Terminé de ver el performance más ridículo y más atrevido que haya visto jamás con la certeza de que Gustavo estaba burlándose de esa vaina, con la certeza de que él está bien donde quiera que esté y que desde donde está puede vernos y sabe que quienes lo amamos siempre guardaremos en el corazón los momentos que vivimos juntos. ¡Que Dios te bendiga y te ilumine, Tío, donde quiera que estés!

     
     

viernes, 17 de febrero de 2012


Intuición, el otro nombre de Dios

- Mañana la niña no puede entrar a clase. Ya deben tres meses.
     No respondí ¿qué podía responder? Tomé de la mano a mi niña y sintiendo que iba a hacer explosión en los próximos segundos, bajé los escalones que nos separaban del carro; abrí la puerta trasera y le dije a mi ángel especial: "Entra, hija, entra." Cerré la puerta. Entre yo al carro, lo encendí y fui a buscar a mi otra angelita que estudiaba una cuadra más arriba. Una vez todas dentro del carro, comencé a rodar hacia la casa. 
     Lloraba a mares, en silencio ¿cómo podía permitir que mis niñas se enteraran? ¿Cómo? Lloraba por el hecho en sí y por la imposibilidad de cumplir con el compromiso. En la universidad no nos pagaban desde enero. Lloraba de vergüenza y de tristeza. Lloraba porque mañana mi ángel especial cumplía años y ella soñaba con una fiesta en el colegio. ¿Cuál fiesta? ¿Cómo? Encima... Ni siquiera la iban a dejar entrar al colegio. Lloraba, lloraba a mares.

 
     
      Fue entonces cuando me comuniqué por el inalámbrico con mi padre celestial. Le dije:
- Tu me la diste para que la sacara adelante, tu tienes que darme los recursos para eso.
      No dije nada más. Dejé de llorar porque tampoco podía presentarme ante mis niñas con cara triste y húmeda. Respiré, respiré profundo y muchas veces. Comencé a cantar, bueno, canto para mi porque los demás escuchan sonidos deformes, pero a mi me tranquiliza cantar.  
     Esa noche casi no dormí. Mañana cumplía años mi niña y no podía entrar al colegio. ¡Qué regalo! Me desperté, como siempre, a las cuatro y media de la mañana con una firme determinación: la llevaría al colegio, la dejaría en la puerta y me iría rápido, antes de que pudieran devolverla. Confiaba en el profesionalismo y el amor que en esa escuela especial brindaban a los niños. Y nos fuimos las tres, las chicas superpoderosas, como cada día pero en un día especial, un día de alegría.
     Dejé a mi niña menor en su colegio y luego me estacioné a la entrada del colegio de Vane y le dije simplemente "Baja, princesa, que estoy apurada." Ella bajó sonriente, soñaba con que en el patio, después de cantar el himno nacional, la directora la llamaría al frente, la abrazaría, todos la felicitarían y le cantarían el cumpleaños.
     Yo me fui directo al banco obedeciendo a mi intuición, loca intuición, porque era 21 de mayo y ¿quién dijo que en Venezuela a alguien le pagan algo los 21 de mayo? Aquí se cobra los 15 y los 30. Pero yo me fui al banco. No sabía bien para qué.
     Solicité un estado de cuenta y... no podía creerlo ¡tenía 120.000 bolívares en la cuenta! Leí varias veces aquel papel antes de salir del banco ¿qué habían pagado? La cifra era insólita no correspondía con mis cálculos. En fin, poco importaba, lo único importante era que tenía dinero. Debíamos 90.000 en el colegio. Di gracias a Dios. Entré a la primera panadería que encontré. Compré una torta de chocolate y cerezas, platicos, cucharillas y vasos desechables, y dos refrescos grandes.
     Llegué nuevamente al colegio; hice el cheque, pagué lo que debíamos y subí directo al salón de clases de mi niña cargada con lo único que ella esperaba ese día: una torta grande de chocolate, aunque yo ya había puesto al día lo que realmente era importante para sacarla adelante. ¡Fue un muy feliz cumpleaños!